La tradición comenzó con el abuelo Vicente, quien encontró en la venta de orfebrería religiosa una forma de expresar su devoción. Sus manos dieron vida a cruces y rosarios, convirtiendo el metal en objetos que encarnaban la fe en formas tangibles. Su arte era su oración, y su legado dejó una huella indeleble en su familia.
Nuestros padres, a su vez, siguieron los pasos de su progenitor. Sus creaciones llevaron la esencia de la espiritualidad a los hogares y lugares de culto de Guadalajara. La finura de sus detalles y la reverencia en cada obra destacaron su compromiso de honrar la fe a través de su arte. Y así, tres generaciones después, la llama sagrada de la orfebrería religiosa sigue ardiendo.
La tercera generación, consciente de la responsabilidad que conlleva el legado, continúa forjando piezas que no solo son obras de arte, sino también símbolos de conexión espiritual. Cada cruz, cada medalla y cada pulsera encierran siglos de creencias y prácticas devotas.
El taller es más que un lugar de trabajo; es un espacio donde las creencias se entrelazan con el metal, donde la devoción se moldea en formas hermosas y significativas. En cada pieza que crean, la familia sigue honrando su herencia y compartiendo su amor por la fe y la orfebrería con el mundo.